A las personas que no toquen jazz les clavaré mi hacha – El asesino serial de Nueva Orleans

Autor: Tamara Ludmila

Es 1918 en Nueva Orleans. La luna sale y suenan las trompetas, los saxofones y los trombones junto con las campanadas del tranvía que atraviesa las principales avenidas de la ciudad. En las charlas de la gente se logran distinguir palabras en inglés, francés, español e italiano que llegaron por el puerto de la ciudad. La cultura afroamericana e inmigrante se ha mezclado y se ha concebido el jazz.

Entre los amantes del género hay uno destacado que transita las calles por la noche, goza de allanar casas, tomar el hacha de los propietarios y entrar a sus dormitorios para golpearlos, cortarlos y decapitarlos mientras duermen. Un melómano cuya identidad nunca fue descubierta, pero sí apodada. Se trata de el Hachero de Nueva Orleans.

 

Cometió doce ataques nocturnos a los habitantes de la ciudad en un periodo de dieciocho meses. Después de brutalizar los cuerpos, abandonaba el arma en la escena del crimen y no se llevaba posesiones, por lo que era claro que su único motivo era asesinar. Entre sus víctimas hubo hombres, mujeres y hasta una bebé.

A pesar de la brutalidad de los ataques, solo seis de los doce altercados que se le fueron atribuidos resultaron en la muerte de las víctimas. Aun con testigos, no había descripciones conclusivas sobre la apariencia del personaje. Solo se sabían dos cosas: era un hombre y vestía de traje.

Los sangrientos asaltos rápidamente se abrieron paso entre las conversaciones de los habitantes de Nueva Orleans y el pánico empezó a crecer. La posibilidad de ser la próxima víctima tenía a los ciudadanos aterrorizados. Conforme pasaron los meses los ataques continuaron y la policía no hallaba culpables.

Un día, el Hachero decidió escribir una carta al periódico local. Fue impresa al día siguiente en primera plana. Todos los ciudadanos de Nueva Orleans sostendrían este texto entre sus manos:

El infierno más caluroso, 13 de Marzo, 1919

Estimado Mortal de Nueva Orleans,

Nunca me han atrapado y nunca lo harán. Nunca me han visto, puesto que soy invisible, como el éter que rodea su Tierra. No soy un ser humano, pero soy un espíritu y demonio del infierno más caluroso. Soy quien ustedes orleanos y su tonta policía llaman: el Hachero.

Cuando considere conveniente, saldré a reclamar la vida de otras víctimas. Solamente yo sé quiénes serán. No dejaré huella, a excepción de mi sangrienta hacha, manchada con la sangre y sesos de quien enviaré abajo para hacerme compañía.

[…]Si quisiera, podría visitar su ciudad todas las noches. A voluntad podría matar miles de sus mejores ciudadanos (y peores), puesto que tengo una relación cercana con el ángel de la muerte.

Ahora, para ser exacto, a las 12:15 (tiempo terrenal), el próximo miércoles por la noche, pasaré por encima de Nueva Orleans. En mi infinita misericordia, les haré una pequeña proposición. Aquí está:

Soy un aficionado del jazz y juro por todos los demonios de las regiones inferiores que todas las personas en cuyas casas haya una banda de jazz a la hora que mencioné, serán salvadas. Si todos tienen una banda de jazz tocando, bueno, mucho mejor para ustedes. Una cosa es segura y eso es que a las personas que no toquen jazz en esa específica noche del miércoles (si es que hay alguna) les clavaré mi hacha.

Ese miércoles, 16 de Marzo de 1919, Nueva Orleans se llenó de luces y sonido como nunca antes. Los clubes, bares y establecimientos se saturaron de gente aterrada que buscaba salvarse del Hachador. La ciudad estalló de partituras y notas improvisadas por los pianos; de charlas y carcajadas escandalosas entre comensales. Las calles soplaron vientos de trompetas, las paredes latieron percusiones y los contrabajos guiaron los pasos de parejas que bailaban en medio de las multitudes.

Mientras unos músicos gobernaban los escenarios, otros marchaban por las banquetas y otros gozaban de la compañía de amigos y vecinos en su propia casa. En una de estas fiestas privadas hasta se invitó al organizador del día, al Hachador de Nueva Orleans, a asistir. La ciudad había logrado reunirse para tocar el género que les salvaría la vida: el jazz.

El compositor, J.J Davilla, estrenaría esa noche una canción que había escrito para el asesino después de leer la escalofriante carta en el periódico. Fue tan aplaudida por los escuchas que enseguida se popularizó e interpretó en la mayoría de los establecimientos, volviéndose así un patrimonio cultural de la ciudad. Hasta hoy en día se han hecho un sinfín de adaptaciones y es bien conocida entre los melómanos locales.

 

Nadie fue asesinado esa noche que Nueva Orleans tocó por su vida. Es más, el Hachador pareció verse tan complacido que no cometió otro asesinato por meses. Había logrado un festival histórico que se guardaría como uno de los episodios más entrañables de la cultura popular.

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